¿Qué pesa más, la vida de unos cuantos niños en Yemen o una tarifa de interpretación?
Buenas tardes,
Vuelvo con mis dudas existenciales. Hace unas semanas me ofrecieron varios días de interpretación al árabe. Al principio, cuando vi la cantidad de días de interpretación (un montón, repartidos entre octubre y febrero), me alegré, luego llegó el mazazo. Se trataba en realidad de sesiones de formación en Madrid dirigidas a oficiales del reino hermano, democrático y nada beligerante de Arabia Saudí sobre armas pesadas, carros de combate y demás maravillas bélicas made in Espein. Básicamente, se me pedía interpretar sobre artilugios para cargarse autocares llenos de niños en Yemen de la manera más eficaz. Glorioso. Mi debate interno duró veinte segundos y contesté inmediatamente rechazando el trabajo.
Últimamente, he ido sacando el tema en círculos profesionales y para mi gran sorpresa, en varias ocasiones he tenido incluso que justificar mi decisión. Es más, me han llegado a tildar de iluso, ñoño, flower power, panoli, hipócrita y demás adjetivos halagüeños. Huelga decir que tampoco me pude librar del tradicional “total a ti te da igual porque te sobra el trabajo. Si necesitaras trabajar, otro gallo cantaría”. O sea, si lo he entendido bien, como me sobra el trabajo, me puedo permitir el lujo de no participar indirectamente en masacres de niños en autocares. Esto quiere decir que si el trabajo no me sobrara, el tema niños me la soplaría.
Igual estoy pecando de incauto pero me cuesta creer que si no tuviera mucho trabajo en interpretación tendría el valor de aceptar este tipo de encargos o incluso, en caso de que los aceptara, tendría los pebrots de poder dormir tranquilamente por la noche. Creo sinceramente que por muy necesitado de trabajo que estuviera, habría mil maneras de ganar dinero antes de tener que participar en esta infamia.
No soy ningún santo y soy consciente de que yo y muchos otros cerramos a veces los ojos, tragamos saliva y miramos para otro lado mientras vamos soltando por la boquita según que horrores que no van con nuestra manera de pensar pero creo que hay límites a todo. Una cosa es prostituirse un poquitín por una buena tarifa y otra, participar, aunque fuera de lejos, en el juego de la muerte al que se ha aficionado últimamente uno de los regímenes más desalmados e infames de este siglo. Me duele que muchas personas sigan insistiendo en decir que he rechazado esta interpretación solamente porque me sobra el trabajo. Me encantaría saber si estas personas habrían aceptado este encargo si las sesiones se hubiesen tenido que interpretar al inglés en vez de al árabe.
Y extiendo esta reflexión a otros campos y temas. Últimamente, parece ser que el criterio económico supera a cualquier otro en debates fundamentales; desde el derecho a decidir de los pueblos hasta la construcción europea, pasando por los refugiados, las libertades individuales o las relaciones internacionales. ¿De verdad que lo económico es lo primero que hay que tener en cuenta cuando se trata de temas importantes en la vida de los seres humanos?
Insisto en que no voy de santo ni de virtuoso pero es triste ver hasta qué punto la obsesión por el cálculo económico ha ido desplazando todos los otros planteamientos hasta tal punto que el dinero se ha vuelto el único criterio a aplicar para cualquier toma de decisiones.
Bona nit,
Miguel